lunes, 27 de septiembre de 2010

Seymour y Hachiko






Esta escena (lo mismo que Hachiko, el perro japonés que espera a su dueño –ya muerto- en una estación de trenes todos los días de su vida durante nueve años) me hace daño. Mucho daño. Primero pienso críticamente: no somos perros, tenemos conciencia. Construimos relojes: nos anima el tiempo. Angustiarse es estúpido. Me ponen mal estos perros que esperan, porque no hay recompensa, estoy segura que no la hay. Entonces, mi costado más reprimido, ese que considero especialmente ingenuo: ¿y si la hay?

Maldigo la esperanza pero a la vez admiro la esperanza. Hay algo en el orden de la entrega, de la inocencia, que me conmueve profundamente.




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miércoles, 8 de septiembre de 2010

de los miedos cotidianos

un día cualquiera
sintió algo enorme

pudo deslumbrarse y
también
pudo seguir durmiendo
como hasta ayer

cómo pudo
no lo sé